jueves, 2 de octubre de 2014

BRUNO AZAÑA


Sin el empuje de Trigo, Charpa, o el Coriano, sin la finura del tío Lorenzo Sánchez o los hermanos Puerto, supo mantenerse a su nivel y compartir con los mismos los aplausos de los públicos. Desde que llegó a la alternativa solicitaron su concurso matadores y empresas: su nombre era una garantía en los carteles de las fiestas, y los aficionados, acostumbrados a calibrar la valía de los artistas, veían con satisfacción que el piquero madrileño era uno de los que habían de servir las corridas proyectadas. Alcanzó Bruno Azaña fama y nombradía merced a su gran afición y a una valentía tan irreflexiva en ocasiones, que citaba al toro en cualquier terreno, sin querer hacerse cargo del peligro. Se le tachaba de ser de carácter violento y un tanto díscolo con los jefes de cuadrilla; si en realidad estos defectos tenía, se los toleraban en gracia a la bondad de sus labores en el ruedo, a su inagotable buen deseo de complacer a los espectadores. Desde muy joven padeció de la vista, quedándole una miopía acrecentada con la edad, desgracia que le perjudicó mucho en el ejercicio de la profesión. Vamos a ofrecer a los lectores unos breves apuntes biográficos de este notable picador de toros: Nació Bruno Ataña en Madrid el 6 de octubre de 1819 siendo su primera ocupación la de emplearlo en la caballeriza que poseía la empresa concesionaria de la diligencia —coche correo— Madrid-Aranda-Burgos. Allí se habituó al manejo de les caballos, por lo que al surgir en él la vacación taurina —vocación nada prematura, ciertamente— eligió el toreo montado por ser más de su agrado, quizá también por adaptarse mejor a Sus condiciones físicas. Del notable varilarguero José Muñoz Domínguez recibió lecciones del arte de torear a caballo, y recomendado por éste al organizador de las novilladas invernales, salió por vez primera al ruedo de su pueblo, picando los moruchos embolados de la fiesta del 23 de enero de 1845 agradando su trabajo, no tanto por lo esmerado como por la voluntad y deseos de que dio pruebas manifiestas.

Fue repetida su presencia en sucesivas novilladas, asignándole el arrendatario la suma de cien reales por corrida, más un traje que le había prestado para que hiciese su presentación y que le regaló en vista de su buen comportamiento. Picó novillos de puntas el 1 de febrero de 1846 corrida en que le anunciaron indebidamente como nuevo en la Plaza. Todo ese año y el siguiente de 1847 figuró en fiestas de menor categoría y en algunas de toros como picador de reserva, sin que se le terciase salir al ruedo hasta el 11 de octubre, en que ocupó el lugar del que fue su maestro José Muñoz, que, herido, había pasado a la enfermería. Como picador de tanda en corrida de toros, lo hizo por vez primera el 14 de noviembre del mismo año 1847 a que venimos refiriéndonos. Este día se dio una corrida organizada por "Cúchares" a beneficio de los antiguos lidiadores Hormigo y Usa, que se hallaban enfermos; todos los diestros trabajaron gratuitamente, y Bruno fue uno de los primeros que se ofrecieron, siendo aceptados sus servicios. No consideró esta fecha como la de su alternativa, por ser como él picador de novillos el compañero en la tanda, el madrileño Antonio Arce; por tanto, continuó en la misma categoría hasta el siguiente año, en que autorizó su ascenso el diestro Francisco Puerto, cediéndole la garrocha en la decimoctava fiesta de la temporada, día 12 de noviembre. Bruno Azaña se esmeró en el cumplimiento de su deber en día tan señalado de su vida profesional; picó bien los toros de Torre y Ramos, Mantet y Suárez, el público le aplaudió y la empresa le gratificó con la suma de seiscientos reales. Desde esta fecha torea mucho en Madrid y provincias, forma en las cuadrillas de acreditados matadores y es de los varilargueros más solicitados. Íntimo amigo del espada cordobés "Pepete", toreó mucho a sus órdenes y a su cuadrilla pertenecía cuando el infortunado José Rodríguez sucumbió en la Plaza de la Corte. Bruno Azaña no abandonó un momento el cadáver de su fraternal jefe y amigo y de tal modo se afectó en el acto de darle sepultura, que tuvieron que socorrerle y conducirle a su domicilio. Muerto "Pepete", solicitaron varios espadas el concurso del acreditado piquero, el que de momento se incorporó a la gente de Julián Casas, "el Salamanquino", con el que estuvo hasta que pasó a las órdenes de Antonio Sánchez, "el Tato", con el que ya había toreado bastante corno eventual, Bruno Azaña fue un picador de mucha suerte, aunque su miopía le puso en mis de un aprieto en ocasiones.


Relataremos dos percances de los que salió ileso por su buena fortuna, percances de idéntica factura. En la corrida de Madrid del 9 de junio de 1850 se hallaba desmontado al lado del caballo, cuando el toro "Luchano" (retinto), de Torre y Rauri, que salió rebrincado de una vara, dio una carrera y se lanzó sobre el bulto que formaban picador y caballo. Bruno, que no vio venir al animal, fue lanzado al espacio, cayó ante la cara y el toro le tiró un derrote sin empitonarle. Hicieron el quite y se levantó sin la menor novedad en su persona ni en su indumentaria. El segundo lance le ocurrió once años después, en Murcia, toreando con Julián Casas, sustituto de "Pepete". Arreglaba el estribo para montar de nuevo después de una caída, cuando el toro se le coló sin ser visto, 10 encunó y lanzó como una flecha, cayendo al otro lado del caballo sin sufrir daño alguno. Entre sus grandes faenas merece consignarse la realizada en la corrida de Barcelona el 21 de noviembre de 1858, toreando con Antonio Sánchez, "el Tato". El segundo toro, "Matón" (retinto), de Carriquirri, un bicho muy bravo y de poder, entró al cite del piquero, que le dejó llegar clavando bien la puya en el morrillo. Codicioso el animal, luchaba por derribar, lo que no conseguía por la firmeza del caballo y el empuje del picador; el público, absorto, guardó imponente silencio, el que rompió momentos después para premiar con una gran ovación al piquero vencedor en el torneo. De su valentía y despreocupación ante las reses, por grandes y bien armadas que estuviesen, nos da idea el suceso siguiente: Se lidiaba en Madrid el 1 de junio de 1862 el toro Lesaqueño "Polvorillo" (cárdeno), bicho de mucha romana y arboladura, que había derribado con gran aparato a Antonio Arce, primer piquero de tanda. Preparado Bruno para entrar, le dije el banderillero madrileño Mateo López, que a su lado se hallaba: —Tío Bruno, agárrese usted bien, que éste pega duro. —Quia, hombre; este bicho no hace nada, ya lo verás. Entró en suerte y agarró un buen puyazo, derrotó el toro, empitonó al diestro por la pierna derecha, lo sacó de la silla y, volteándole, se lo echó sobre el lomo, de donde resbaló, y cayó de pie sin sufrir al más leve rasguño, tan solo la rotura de la calzona. Al retirarse al estribo se enfrentó con Mateo, al que dijo: — ¿Ves tú como no hacía nada este toro? — ¿Que no hace nada y le ha enseñado a usted el oficio de titiritero?... La última corrida en que tomó parte en Madrid fue la del 6 de octubre de 1867 —cuando cumplía cuarenta y ocho años de edad-- figuraba de primera reserva y salió a picar al toro tercero, "Fortuna" (negro), de Cuña, al que puso nueve varas, pasando a la enfermería con alguna contusión de escasa importancia. Pasó en mal estado de salud aquel invierno, y una enfermedad común dio fin de su vida en Madrid el 1 de abril de 1868. Esta fue la vida en el arte de uno de los buenos varilargueros madrileños.

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