sábado, 30 de agosto de 2014

MANUEL GARCIA BEJARANO


Nace en el 8 de septiembre de 1887 en Rociana del Condado provincia de Huelva. Su afición por los toros le impulsó ir a Córdoba a los quince años donde se afianzó en la misma. En 1910 empezó a participar en capeas y tentaderos, en 1915 consiguió actuar como novillero en treinta y nueve corridas; en 1916 participó en veinte novilladas; en 1917 fueron veintidós y en 1918 llegó hasta veintitrés, despidiéndose este año de los ruedos. No llegó a tomar la alternativa siendo, su última novillada en Barcelona el 7 de octubre de 1918, donde alterno con los compañeros Francisco Gutiérrez "Serranito de Córdoba" y el mexicano Luis Freg. Toreo en muchas plazas españolas, especialmente en Andalucía. Entre las corridas lidiadas, destaca la del 25 de julio de 1915 en los Tejares, con novillos de Francisco Paéz actuando con “Rosalito de Sevilla” y “Alvarito de Córdoba”. En su primer toro dio la vuelta al ruedo tras una valiente faena. Su segundo “novillo” de 575 kilos, tenía dos pitones impresionantes que lo brindó a “Manolete” (padre), jugándose el tipo ante dicha mole.


Fue un novillero muy castigado por los toros, rara era la corrida que no tenía algún percance; su toreo no era de gran calidad, pero estoqueaba bien, tenía valentía y gran pundonor. Como persona, tuvo la estimación general, por su bondad, laboriosidad, honradez y hombría de bien. Manuel García Bejarano siempre se consideró cordobés, aunque no fuera de nacimiento. Gran aficionado a las peleas de gallos así como criador de ellos y mejor apostador. Llegó a ser el decano de los toreros españoles, circunstancia que le permitió a su muerte -ocurrida el 3 de julio de 1988- el ser nombrado en numerosos periódicos, revistas y radios de España y América.
En una entrevista que le hicieron en 1956 decía lo siguiente: 

“No es nuevo el caso de Manuel García Bejarano. Muchos toreros hubo a los que se consideró naturales de una determinada ciudad en la que no nacieron. Por cordobés se conoció siempre a García Bejarano, y así se anunció en carteles y se le nombró en crónicas. Y en realidad este torero nació en un bello pueblecito de Huelva —Rociana— el 11 de septiembre de 1887, lo que quiere decir que ya «ha entrado» nuestro hombre en los sesenta y nueve años. Lo que ocurre es que a una edad temprana vino a Córdoba, y aquí se «formó» como torero y de aquí no volvió a salir, si no fue para actuar en las principales plazas de España. Dígasenos si éste no es motivo más que sobrado para considerarle cordobés. Todo esto lo recuerda ahora el propio interesado cuando le pido que me cuente su historia —bastante accidentada, por cierto— para estos reportajes, en que hasta ahora sólo han figurado diestros nacidos en la tierra de los «califas» taurinos... y de los otros. Pero cuando le digo que —por las causas dichas— puede tener un digno lugar al lado de los que fueron sus compañeros y amigos ello le alegra mucho, Y declara: —La verdad es que de niño, antes de venir a Córdoba, yo rodé mucho por trenes y capeas. Fue duro mi aprendizaje. Conocí aficionados de Huelva y de Sevilla. De mi tierra recuerdo al «Pata», Navarro, Aguirre, «Litri», pariente del padre del diestro actual... Muchos. ¡Tanto podía yo contarle de aquellos tiempos! — ¡Pues cuente una anécdota de entonces para empezar! —Recuerdo que una vez, en un pueblo sevillano al que llaman Alcázar, me dio un toro una grave «corná». Entre los torerillos se echó «el guante» y se sacó un buen dinero. Pero un aficiona-do, muy popular en Sevilla, apodado «El Cuatro», cogió todo el «parné», y todavía no le hemos visto el pelo... Menos mal que el ex torero «Cara Ancha», que se encontraba en dicho pueblo, me atendió y me pagó todos los gastos. —Hablemos de su llegada a Córdoba... —Pues el destino me trajo aquí, tendría yo quince años. El ambiente era propicio, y seguí en mi afán de ser torero. Lo logré, desde luego, porque actué en muchas corridas, y puedo decir que miedo no tenia, ¡Y aquellos toros infundían pavor al más pintado! — ¿Tiene idea de las corridas que toreó? —La memoria, en este aspecto, me falla muchas veces. Pero yo empecé a torear «en serio» allá por el año 1910... Y no hice cuadros estadísticos hasta 1915. Mire usted éstos... En efecto, García Bejarano me muestra unos cuadros estadísticos muy curiosos, por los que compruebo que en la temporada de 1915 tomó parte en treinta y nueve corridas y mató ochenta y un toros; en 1916 toreó veinte corridas; en 1917, veintidós, y en 1918, veintitrés. — ¿En qué plazas actuó, principalmente? —En muchas plazas. Le nombraré las principales: Barcelona, Granada, Sevilla, Córdoba, Huelva, Almería, Málaga, Andújar, Cabra, Linares... — ¿Y diestros con quienes alternó? —Pues muchos también.
Todos ellos lucharon por alcanzar la gloria, y la mayoría se quedaron en el camino... «Checa», «Rosalito», «Alvarito de Córdoba», «Tello», «Trianero», «Atao», «Camara», «Tato», «Alamares», «Machaquito II» «Montes II», «Manolete II», «Lagartijillo», «Hipólíto», Montenegro. «Andaluz», «Quinito II», «Pastoret», Mariano Montes, «Serranito» «Mantecas». «Toreri», Ernesto Pastor... Muchos y buenos. ¡Pero qué pocos de ellos llegaron —o llegamos— a tener suerte en la profesión! ¡Y es que era tan difícil... — ¿Por qué era tan difícil, Bejarano? —Porque aquellos toros no eran estos que ahora se lidian. Entonces tenían fuerza para tirar a los caballos al otro lado de la barrera. Y tenían nervio, cabeza y edad, cosas que ahora se ha pro-curado restarles. ¿Que ahora se torea más por lo fino? Conforme. Pero aquella emoción de mi época ha desaparecido. — ¿Y en lo que toca a la parte económica? —; No me hable usted de eso! Hacerse de dinero toreando era entonces mucho más difícil todavía... Verá usted. Una vez toreé yo once corridas en lar «lomas de Ubeda». Al regreso a Córdoba le pagué once duros a cada banderillero. A mí me quedó poco más. Otra vez me contrataron dos tardes para Hornachuelos. Creo que fue el año 1915. «Curro Camará» me recomendó para que actuase conmigo a José Flores, «Camará», que entonces empezaba. Toreamos las dos tardes. Y el alcalde —don Sebastián se llamaba, no se me olvida— me entregó diez duros para todos. Al pagarle yo al banderillero «Guerrilla» el «machacante» de sus dos actuaciones, me acuerdo que de coraje, lo arrojó a un tejado. Le voy a decir más. Yo estaba toreando hasta final de la temporada, y al llegar el mes de noviembre, para ver el «Tenorio», tenía que pedir dinero prestado... —Y a todo esto, ¿le castigaron mucho los toros? —Fue lo único que roe dieron pródigamente: cornadas. Las dos más graves, una en Granada, por un toro de Herrero, el 2 de julio de 1916.
Me hirió en la región glútea. Alternaban conmigo aquella tarde Salinas y «Lagartijillo». La otra fue en Córdoba, el 17 de junio de 1917, alternando con «Barquerito». Un toro de Traperos me dio una cornada en el brazo derecho al entrar a matar. — ¿Influyeron estos percances en su retirada? —Verá usted. La lucha era muy dura. Los toros siempre tenían la misma edad. Yo cada año era más viejo... Éramos muchos los que salíamos a brazo partido todas las tardes a los redondeles. Y me fui... — ¿Recuerda su última corrida? —Sí. Fue una corrida mixta, celebrada en Barcelona el 7 de octubre de 1918. Los toros eran de Palha. El mexicano Luis Freg mató dos por delante. Y cuatro estoqueamos «Serranito de Córdoba» y yo. También recuerdo lo que cobré aquella tarde: quinientas pesetas. ¡Un capital! —Un relato jubiloso de su época taurina, ¿quiere? —Una vez experimenté una gran alegría. Yo quería «estrenar» un traje de torero. La marquesa del Mérito me dio una tarjeta para «Joselito». Fui a Sevilla y a su casa. Me recibió la «señá Gabriela». José se encontraba en Valencia, en una encerrona. El mozo de estoques, «Caracol», lo llamó por teléfono. «Gallito» ordenó: «Entrégale el vestío azul pavo real.» «Caracol» me pasó a una habitación en la que había un gran armario con trajes de luces. Y me entregó el ansiado terno y me dijo que el maestro me lo regalaba... ¡Yo llegué a Córdoba con aquel «tesoro», que no me cambiaba por nada ni por nadie! Y este torero, nacido en Huelva, pero que es de Córdoba, aún me habla de su vida laboriosa, ya al margen de los ruedos, en la que hay otra afición muy arraigada en él, como en otros muchos toreros de antaño: la de los gallos de pelea. Afición, por cierto, de utilidad económica, puesto que él afirma resueltamente: —Puede usted decir que he ganado más dinero peleando gallos que matando «pavos» con cinco años y seis hierbas, más de trescientos kilos y «dos pitones». —Dicho queda, Bejarano...”

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