martes, 4 de junio de 2013

MIGUEL MORILLA ESPINAR "EL ATARFEÑO"
"Atarfeño" nació en Atarfe (Granada) el 17 de noviembre de 1909. El año 1926 torea un becerro en su pueblo que es su bautismo taurino, y el 1 de mayo del siguiente año sale en Granada por pri­mera vez vestido de luces con Perete y Joseíto de Granada, y ganado de López Quijano. L poco tiempo debuta con picadores en en Priego, en compañía de Parrita y Parejito. El año 1928 sigue luchando por salir del anó­nimato, cosa que logra en 1929 pre­sentándose en Madrid el 17 de mayo y luego torea 30 novilladas, y fue muy aplaudido en casi todas ellas, pues mata con facilidad y cierto estilo y torea con soltura y gracia En 1930 ya su labor no es tan lucida y menudean menos los aplausos. Son 24 sus actuaciones.
Aún es más deficiente su campaña del 1931 : bajan las corridas a 11 y no oye apenas palmas. Continúa el descenso el 1932 con ocho corridas. Sigue sin salir de su apatía o de su impotencia en 1933, con 11 novilladas. Llega 1934 y Atarfe­ño hace un esfuerzo con miras a la alternativa y aumentan las palmas y, por consecuencia, las corridas. Diecinueve llevaba toreadas cuando le anuncian en Granada para matar seis novillos de Rufino Moreno Santamaría. Esta era la corrida llave de la alternativa que tomaría en octubre y nada menos que de manos de Belmon­te, pero el pobre Atarfeño quedó en el camino. Seis años después de inaugurarse la Nueva Plaza, el día 2 de septiembre de 1934, en la demolida plaza del Triunfo, Atarfeño, deja de ser la esperanza taurina de Granada para convertirse en triste leyenda.
El joven novillero entrega su vida en el ruedo a cambio de la negra gloria del ídolo caído y de la inmortalidad de un toro berrendo en negro, de nombre Estrellito, una inmortalidad inmerecida por su condición de manso, áspero y ‘con sentido’. Atarfeño se despedía como novillero en su tierra y quiso hacerla matando seis novillos-toros. El soñado y ansiado doctorado no iba a tener a sus paisanos como testigos ya que estaba previsto en la plaza del Puerto de Santa María -nada menos que con el maestro Juan Belmonte de padrino- y por eso tal vez Miguel no dudó en encerrarse en su querida Plaza del Triunfo con seis astados grandes y cornalones. Era un gesto de paisanaje que pretendía ser también gesta importante, truncada fatalmente durante la lidia del segundo toro, cuando el citado Estrellito berrendo en negro, gordo, gran­de y manso, que había llegado al último tercio con mucho poder y avisado, le corneó brutalmente en la ingle y le secciono la arteria femoral y la vena safena.
Fue al darle el tercer pase de muleta, falleciendo a poco de entrar en la enfermería. Atarfeño ganaba esa tarde mil duros y estrenó un terno azul y plata. El novillero Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente, despachó tres toros, pues al conocer el público la muerte del torero hizo que se suspendie­ra la corrida. Los astados de aquella tarde no eran todos del hierro anunciado de Rufino Moreno Santamaría, de Sevilla. Dos de ellos pertenecían a la ganadería de Julio Garrido de Vílchez, de Jaén. Estos dos Últimos, desecho de tienta y cerrado, como los restantes, llevaban al parecer dos meses en los corrales de la plaza y Atarfeño, que confiaba poco en su juego, ordenó que no salieran al comienzo de la corrida. Quería el torero alcanzar el triunfo desde el primer toque de clarín y tenía más fe en poder hacerla con los novillos de Rufino Moreno. Miguel Morilla, Atarfeño, que viste para la ocasión de azul celeste y plata, sale decidido. Está con enormes ganas y se deja notar en el que abre plaza, a pesar de que no puede hacer faena de orejas. Una vuelta al ruedo es el premio a su meritoria labor.Estrellito, segundo de la tarde, ya está en el ruedo. Manso y peligroso, toma cuatro puyazos y tres pares de banderillas. Miguel advierte las dificultades de su enemigo nada más instrumentarle un pase por bajo, según se relata en IDEAL, periódico que dedicó cinco páginas a la cogida y muerte del espada granadino: “Inicia Atarfeño la faena de muleta con un pase por bajo y huye del toro; dos más después de buscado y cambia la espada con la que estaba haciendo la faena por la de muerte. Otro pase por bajo y al dar el segundo, delante del tendido uno, casi en el centro del redondel, el astado engancha al matador, metiéndole la cabeza entre las piernas. Tira el toro la cornada y el torero sale despedido por los aires; la res lo busca en el suelo y lo pisotea, rompiéndole la taleguilla.
Hay un lío en los peones y, al fin, Jesús Fandila, en un rasgo de valentía, lo saca a rastras de los cuernos del toro. ‘Atarfeño’ se pone de pie y se sacude la taleguilla con ánimo de continuar, pero al verse el muslo manchado de sangre se apoya en el citado banderillero y se dirige hacia el más próximo burladero, desde el cual, en brazos de las asistencias, pasa a la enfermería, dejando un reguero de sangre por el callejón. La cogida ha producido una enorme impresión en el público que, desde el primer momento, se ha percatado de la importancia del percance”. Miguel Morilla también fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la cornada. “Cogedme bien que me caigo”, le dice a Fandila y a su hermano José, que le ayudaron a levantarse. “Que me desangro, que me muero,” añade el torero. Un monosabio y el futbolista Pepe Carmona, íntimo amigo suyo, lo llevan hasta la enfermería, donde el doctor Francisco Fernández Cambil le opera inmediatamente en unas condiciones dramáticas.
La enorme pérdida de sangre hacía temer un fatal desenlace y se pretendía de esta forma que no dejara de circular el flujo sanguíneo por el cerebro. “Me derramo por la vegija, me muero “, le comenta angustiado Atarfeño a los médicos, que tratan desesperadamente de reponer la sangre y ligar las arterias y venas. “No hagáis nada, todo es inútil, quiero morirme para no sufrir más”, suplica el torero, que pide a los amigos: “Id por mi hijo corriendo. ¡Hijo mío!”.
El niño estaba con su abuela materna en el hotel San Pedro y no pudo ver a su padre con vida. Atarfeño moría instantes después, a las siete menos veinte de la tarde, rodeado de los médicos, de su ex apoderado, Vicente Benítez, de Joaquín Sabrás, catedrático en Madrid y amigo de Miguel, y del periodista Juan García Canet, Juanito. En una habitación contigua se encontraban los hermanos del torero, su suegro y gran número de amigos y curiosos. También estaba en las dependencias de la enfermería el picador Francisco Embiz, Chófer, lesionado por el tercer novillo y que esperaba, conmovido por el drama, asistencia médica.
El parte facultativo emitido por el doctor Fernández Cambil, jefe médico de la enfermería, define así la cornada: “Una herida en el tercio superior de la cara interna del muslo izquierdo que secciona los músculos aproximadores, arteria femoral, vasos colaterales y vena safena. Pronóstico gravísimo”. El dictamen de la autopsia realizada por los forenses Francisco Sánchez Gerona y Damián Balaguer, con auxilio de los practicantes Molina de Haro y Olóriz, confirma la herida. Dice así: “La herida se encontraba en el tercio superior de la cara anterior del muslo izquierdo con dirección de abajo arriba y de dentro a fuera. Presentaba destrozos de los planos musculares e interesaba el paquete vásculo-nervioso de dicha región. La arteria y venas seccionadas causantes de la hemorragia intensa que originó la muerte aparecían todas ligadas. La herida tenía una longitud de 15 centímetros. Al abrir la caja torácica se aprecian los síntomas propios del colapso originado por la hemorragia”.
la situación en la enfermería se complicó notablemente ante la carencia de suero, que era necesario inyectar en grandes cantidades para suplir la falta de sangre. Los periódicos denunciaron que incluso faltaba la jeringuilla para inyectar el suero y que alguien fue corriendo a traerla a la Casa de Socorro, distante varios kilómetros de la Plaza del Triunfo. ¿Fue mortal de necesidad la herida de Atarfeño? ¿Existieron los medios oportunos para evitarla? ¿Tuvo el torero la asistencia debida? Las interrogantes han quedado despejadas con la prudencia, ambigüedad y reserva que un hecho así aconseja. Lo único que sí está claro es que aquella aciaga tarde del 2 de septiembre de 1934 murió un torero y se desvanecieron muchos sueños de gloria.

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