viernes, 12 de abril de 2013

Tropiezo fatal
José Claro se llamaba en realidad José Gallego Mateo. Había nacido en Sevilla, el 19 de marzo de 1883. Tomó la alternativa en septiembre de 1905 en su ciudad natal, con Bonarillo de padrino y Bombita de testigo. Fue torero valeroso y de dotes artísticas, pero, al parecer, sin buenas cualidades físicas. En solo cinco años sufrió siete cornadas graves. En la temporada de su muerte, llevaba toreadas 23 corridas. Tras la de Murcia, debía de participar en la Feria de San Sebastián, el día 11, y el 13, en Bayona.
A las seis cuarenta de la tarde del 7 de septiembre de 1910, en la misma enfermería de la Plaza de Toros de Murcia, perdía la vida 'el infortunado y valiente espada José Claro 'Pepete', a consecuencia de la terrible cornada que le infirió el primer astado de la tarde. Ese día no iba a torear por una pequeña diferencia de dinero con la empresa, pero lo hizo para sustituir a Bombita, indispuesto, que se lo había pedido y que esa tarde debía de participar en un mano a mano con Machaquito. Antes de comenzar la corrida, el diestro había redactado unos telegramas para enviar a familiares y amigos en los que podía leerse: 'Sin novedad'.
El diario 'El Liberal' le dio trascendencia en la época a una noticia que había impactado a Murcia. Aquel toro que acabó con la vida de Pepete llevaba por nombre 'Estudiante': era negro, de la ganadería de Parladé, marcado con el número 15, y se mostró «bien puesto de cuerno y de mucha romana». Salió rebotado de una vara que le había colocado el picador 'Magito'. El diestro fue a recogerlo para que volviese a entrar al caballo. Algo embarullado, «tropieza con el asta de la res, que no tiene la codicia de coger, ni casi se entera del suceso», contaba el diario en 1910.
Una cornada mortal que parecía, a los ojos del público y del propio torero, un tropiezo cualquiera, pero que acabó en auténtica tragedia taurina. Pepete cayó, se levantó inmediatamente y dio unos cuantos pases, hasta que percibió el calor de la sangre. Se echó mano al muslo, notó qué le sucedía y sacó la mano totalmente roja de la entrepierna para llevársela a la cabeza. Cayó en los brazos de su mozo de espadas para no levantarse más.
De los labios del diestro, todavía consciente, escucharon los médicos su desesperada despedida. 'Pepete' no cesaba de mostrar su dolor. Bañado en sudor decía: «Me muero, madre mía». Dirigiéndose a su mozo de espadas le gritaba: "No me dejes, Manuel que me muera. ¡Qué lástima! ¡Con lo bueno que había venido hoy a la plaza!". Ya antes de alcanzarlo la muerte, cuando lo llevaban a la enfermería, a su mozo también le espetaba:«No duro ni dos minutos. Te quedas sin matador. Toma estos besos para mi mare y mis hermanas». La última frase que se le escuchó fue: «!Ay, mare mía! ¿Qué vas a hacer ahora con esas doce bocas?». Dejaba una madre anciana, tres hermanas y un hermano, y… un «capital de una sesenta mil pesetas entre fincas y alhajas». Su cadáver, amortajado por 'El Chano' y El Arriero', picadores de 'Bombita', fue colocado en el centro de la enfermería, entre cuatro cirios, y sobre un paño negro.
Esta muerte no estuvo exenta de polémica. La versión oficial fue que hasta seis médicos lo atendieron en la enfermería de la plaza, pero nada pudieron hacer. La cornada «había causado profundos destrozos. Era mortal de necesidad, y solo por habérsele cortado tan pronto la hemorragia y habérsele administrado las inyecciones oportunas pudo vivir poco más de dos horas», cuentan los diarios de la época. El mozo de espadas del torero sevillano, El Farol, había mostrado su agradecimiento al «pueblo murciano, a la empresa, a las autoridades y a otras entidades por las muestras de afecto y simpatía que han dado a su desgraciado matador»; pero, cuando el cadáver de Pepete arribó a Córdoba, declaró: «¡Qué infamia! Murió sin curarle y se desangró. Los médicos, en seguida que le vieron, se marcharon a continuar viendo la corrida, y me quedé solo en la enfermería».
Uno de los médicos, Mariano Precioso, envió una carta al periódico defendiéndose de las acusaciones, que decía que, junto a sus compañeros, se creía obligado a «afirmar públicamente, que cumplimos con nuestro deber, como médicos y como hombres, permaneciendo en nuestro puesto hasta que lo juzgamos completamente innecesario». Cuando el periódico volvía a informar de la llegada del cadáver a Sevilla, 'El Farol', dirigiéndose a Antonio Soto, apoderado del fallecido torero, le dijo: «¡Ay, don Antonio, qué infamia! El pobrecito murió sin que lo curasen, se desangraba por momentos y los dos médicos que entraron en la enfermería solo le reconocieron a la ligera la herida, y después de meterle unas pinzas y ponerle una plasta de algodón, se marcharon a ver estoquear al primer toro a 'Machaquito', pretextando que no podían curarle, hasta que no llegase una medicina que habían mandado traer. Allí quedé solo con el pobre José, que se ahogaba y que me pedía que le pusieran inyecciones de morfina, que le calmasen los agudos dolores que sentía. Cuando se lidiaba el cuarto toro llegó la medicina, que eran tubos de suero. Empezaron a inyectárselos, sin verle más la herida; y por torpeza del encargado de la inyección se rompió lo aguja, que quedó dentro del cuerpo. Le pusieron otra y le inyectaron dos o tres tubos; pero ya no había remedio; falto de sangre por la hemorragia, fue apagándose hasta que expiró».
Machaquito tuvo que lidiar la corrida entera. Finalizado el festejo, la capilla ardiente quedó instalada en la enfermería de la plaza. La Guardia Civil y los municipales tuvieron que poner orden para que la muchedumbre entrase a visitar el cadáver por tandas. Lo velaban las cuadrillas de Machaquito y Bombita y el empresario Jenaro Albaladejo.
Al día siguiente, se ofició el funeral en la parroquia de San Juan. Luego, fue trasladado al cementerio de Nuestro Padre Jesús, donde sería embalsamado antes de ser trasladado a Sevilla. De su entierro se cuenta que Sevilla se vistió de luto.
Verdad o mentira, 'Pepete' vivía con el presentimiento de que su vida acabarían entre las astas de un toro. En la lista de socios del montepío taurino, llevaba el número 13. No había conseguido que le cambiasen ese número fatídico que le perseguía.

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